La expresión “mentar la bicha” suele emplearse para señalar que alguien se ha referido a una cosa desagradable. Entre personas supersticiosas suele asociarse a la creencia de que trae mala suerte o es de mal agüero referirse a la bicha, en el sentido de reptil ofidio. Incluso en alguna acepción la bicha es una forma de referirse al Diablo, en su condición de príncipe de los ángeles rebelados contra Dios.

A Pablo Iglesias, el podemita, parecen mentarle la bicha cuando salen a colación dos asuntos de los que no quiere oír hablar, pero que jalonan su recorrido. Nos referimos a Venezuela y a Grecia. El primero relacionado con su actividad cómo ideólogo y teórico de la política, el segundo directamente ligado a su condición de líder de Podemos.

El caso venezolano, Iglesias suele llevarlo, con habilidad, al terreno de la financiación del germen de Podemos, para escurrirse señalando que los tribunales nada irregular han encontrado. No suele decir que la legislación que considera delito financiar a un partido político con fondos procedentes de un Estado extranjero es posterior a la financiación  que recibió del chavismo. Ahí se mueve en un terreno jurídicamente seguro. Otra cosa es cuando se alude a la lamentable situación en que el chavismo, asesorado por podemitas, ha abocado a Venezuela: desabastecimiento de alimentos y medicinas, fractura social, inflación desbocada, altos índices de violencia o existencia de presos políticos, condenados tras esperpénticas farsas judiciales. Es como mentarle la bicha. Por eso ha respondido con inquina ante la presencia de Albert Rivera en Venezuela poniendo el dedo en la llaga de las vergüenzas bolivarianas, un régimen presentado por los podemitas como una encarnación terrenal del paraíso.  Con Grecia le ocurre tres cuartos de lo mismo. Visitaba el país heleno para alentar a Alexis Tsipras, al que visitaba -igual que Rivera acude ahora a Venezuela- como si se tratase de un acto de campaña electoral. Era el tiempo en que Tsipras afirmaba haber dado con la fórmula mágica para acabar con la austeridad. Prometía a los griegos, hace poco más de un año, lo mismo que Iglesias promete a los españoles, aunque ha aprendido a matizar, cuyo nivel de cabreo es similar al de los griegos, aunque aquí el efecto de crisis, siendo demoledor, no ha alcanzado ni la mínima parte de lo vivido en Grecia. Si su modelo de dirigente era Tsipras y Syriza el ejemplo de partido a seguir por Podemos, después de las medidas adoptadas por el presidente del gobierno griego, aplicando drásticas medidas de austeridad, referirse a sus jaleadas conexiones de hace unos meses también supone para Iglesias mentarle la bicha.

No es la única bicha que repta por la campaña electoral. Para el socialista Sánchez, la austeridad y la reforma laboral aplicadas por Rajoy son los dos grandes males que aquejan a la patria. Los rechaza con vehemencia casi juvenil. No quiere que le restrieguen que son las mismas recetas que aplican en una Francia, casi en pie de guerra, los socialistas  François Hollande y Manuel Valls. La bicha de Rajoy es la corrupción que contamina a su partido -también para el PSOE- y su tendencia al inmovilismo. Para Albert Rivera, en fin, su bicha particular es recordarle que tiene cierta tendencia a escorarse a la izquierda cuando la mayoría de sus votos provienen de la derecha o desdecirse de sus promesas electorales, como la de investir al candidato con mayor apoyo popular.

(Publicada en ABC Córdoba el 1 de junio de 2016 en esta dirección)

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